Dicen del fútbol que es un deporte caprichoso. Dicen, que
es capaz de sacar a la luz los sentimientos más ocultos y de esconder en la
penumbra las emociones más vitales. Dicen que es el aliciente ideal para que un
marginado haga amigos, para que una mirada al suelo se convierta en el abrazo
más sincero del mundo, para que una mano en el bolsillo se transforme en un
músculo capaz de voltear bufandas con la misma velocidad que un gol te lleva al
éxtasis y al amargamiento a partes iguales. Dicen que es un arma de
sentimientos poderosa, puede que la más poderosa, quizás sea la tan ansiada
arma de destrucción masiva que tanto se ha buscado. Quizás. Pero quizás también
sea el generador más completo del mundo. Ese que de la nada te fabrica el todo.
Ese que es capaz de darte la felicidad eterna un domingo y quitártela el
siguiente. El fútbol es vida y muerte a partes iguales. Y todo esto,
absolutamente todo, está reflejado en el llamado "Curro Betis".
El "Curro Betis" no es un apodo cualquiera, el
"Curro Betis" se vive, se disfruta, se sufre, se aguanta a base de
infartos. Es la metáfora más bella de este deporte, la partícula que da sentido
a todo. Ese sentimiento tan especial de los béticos por su equipo no podría
entenderse sin el "Curro Betis". Torero de miuras, insulto de vaquillas.
Mitad matagigantes y mitad resucita-muertos, es el niño que desde el suelo se
revela contra los abusones. El "Curro Betis" nace de un escudo que
mira cara a cara a la superstición, confiando en el número maldito como eje de
su historia. El "Curro Betis" son trece barras que encierran un
sentimiento con más de 100 años de vida, son esas 13 barras, ni una más ni una
menos, las que hacen que ese glorioso sentimiento siga latiendo por dentro
sin el más mínimo pensamiento de escaparse. No son trece barrotes presidiarios,
todo lo contrario, son trece claves que protegen la esencia de todo ser bético.
Y anoche volvió a aparecer, después de una semana
dolorosa, después de 6 días de lamentos, llantos, gritos de rabia y manos
abiertas. Anoche el "Curro Betis" volvió a dejarse ver por
Heliópolis, acudiendo a la llamada de una afición que ansiaba volver a verlo
por allí. Y vino, como siempre cuando se le necesita, en los momentos más
duros. Cuanto todo parece perdido, cuando la crispación ha hecho mella en el
delicado corazón de los béticos, cuando los insultos se imponen a las palmas,
él siempre aparece silencioso, por sorpresa, nadie lo espera. Es el gran
retorno del rey. Un rey que vuelve a reconquistar lo que un día fue suyo y
otros intentaron derribar. Un rey que a lomos de su caballo blanco alza la
bandera de la victoria. Y ayer no sólo reconquistó lo que por historia era
suyo, sino que lo hizo ante el rey más imponente de España. Ese que desde la
capital gobierna a base de presiones. Ese que una vez más, salió de Sevilla
abrumado por el clamor de los béticos.
Sin embargo, también dicen que no suele quedarse mucho
tiempo. Que cuando todo está en orden se vuelve a ir. Se va como vino, por
sorpresa. Pero tarde o temprano vuelve a aparecer, cuando más feas se ponen las
cosas. Llega para devolver el aliento a su gente, para hacerles creer de nuevo,
para unir todas las banderas y bufandas y llevarlas a lo más alto del cielo de
Sevilla. Es el "Curro Betis", una pasión más amarga que dulce, que
sin embargo no queremos dejar de probar nunca. Esa pasión que pocas veces
muestra su grandeza, pero que cuando lo hace es para asombrar con su luz a la
mismísima ciudad del sol. El "Curro Betis" es esto, la sintonía
perfecta entre el verde y el blanco, un sentimiento de arte sublime, un
símbolo, la esencia de la pureza y la majestuosidad.